Una nueva generación de mujeres comunicadoras indígenas en la Amazonía

En la Amazonía, como en muy pocos lugares en el mundo, podemos encontrar mitos y canciones ancestrales compartidos por los ancianos indígenas alrededor de una fogata al amanecer, mientras sus nietos, los millennials indígenas, inmortalizan sus historias con fotografías, videos cámaras y grabadoras de voz. . Este es el siglo XXI de la comunicación indígena en la Amazonía, donde una nueva generación se está apoderando de los medios digitales para salvaguardar cientos de años de memoria, historia y conocimiento para las generaciones futuras, y para compartir las luchas urgentes de su gente con el mundo exterior.

Ahora, un nuevo colectivo de comunicadoras indígenas se está uniendo  por primera vez en la historia de sus pueblos en la Amazonía ecuatoriana y colombiana. Son diecisiete mujeres jóvenes de los pueblos A’i Cofán, Siona, Siekopai y Waorani. Juntas, han asumido el desafío de convertirse en las primeras mujeres cineastas, fotógrafas y periodistas de sus nacionalidades.

El mes pasado, estas mujeres se reunieron para un retiro de cinco días que marcó la inauguración oficial de una nueva escuela amazónica de comunicación para mujeres indígenas, lanzada en alianza con nuestra organización hermana, Alianza Ceibo, como continuación de nuestro trabajo de capacitación y tutoría de un primer grupo de comunicadores indígenas durante los últimos cinco años. Esta nueva escuela tiene como objetivo equipar a las jóvenes indígenas con las herramientas y técnicas para compartir sus perspectivas, historias, sabiduría y experiencias con sus comunidades y el mundo.

Levantar las voces y las historias de las mujeres es fundamental para fortalecer el liderazgo y las luchas de las mujeres indígenas en la Amazonía. Las mujeres indígenas siempre han desempeñado un papel fundamental en los movimientos de resistencia de sus pueblos, sin embargo, sus voces y perspectivas han sido históricamente invisibilizadas y continúan viéndose desproporcionadamente afectadas por la violencia, el racismo y la discriminación. En esta lucha, la comunicación se convierte en un arma poderosa para formar su propia narrativa y acompañar las luchas de sus nacionalidades por la supervivencia en la selva tropical más importante de nuestro mundo.

En esta Crónica, presentamos la poderosa serie de fotografías que crearon las comunicadoras de la Alianza Ceibo durante este primer taller. Para iniciar el proceso creativo, las mujeres empezaron aprendiendo conceptos técnicos como encuadre, planos focales y las propiedades expresivas de la luz. Para poner en práctica lo aprendido, crearon una serie de retratos antes de desarrollar conmovedoras series de fotografías que exploran la espiritualidad y las consecuencias de la evangelización, el colonialismo y el extractivismo en sus territorios ancestrales.

La evangelización y la mujer

“La historia que nosotros hacemos es sobre el tema de la evangelización, eso pasó en todas las nacionalidades. A nuestro territorio vino primerito la evangelización y desde ahí nació la creación de escuelas en donde nosotros nos formamos y aprendimos la postura del mundo occidental. Esta es la historia de un personaje llamado Ana, que fue obligada a ir a la escuela de la misión. Sus padres le mandaron porque se sentían obligados, sin darse cuenta que pronto Ana iba a ser abusada sexualmente por los curas. Al enterarse sus padres la encierran en su casa. Y ya no mandaron a la escuela. Ella se había llenado de valor, pero al verse encerrada se veía como un animal enjaulado y acude con sus oraciones a los espíritus de la selva. Una noche escuchó la voz de la mujer espíritu de la cascada, que le dijo: «Sal. Anda, camina. Eres como una mariposa llena de colores alegres y sueños imparables. Puedes enseñar a otras mujeres lo valiosas que somos. Ana marchó lejos y con el tiempo se convirtió en una voz fuerte, y líder que junto a otras mujeres soñadoras luchan por su libertad y ahora nadie más será abusada. Nosotros escogimos este tema porque las mujeres fuimos atrapadas, humilladas, sin progresar, por eso el personaje es una mujer maltratada”.

Una serie creado por Beatriz Nawe, Tania Amwae, Tamara Alvarado, Daris Payaguaje.

Fortaleza Espiritual

“Durante el tiempo de colonización hubieron muchos cambios en los territorios indígenas, la comunidad Siona de Putumayo ubicada en la frontera de Ecuador y Colombia está siendo afectada por la petrolera. Nuestra fotohistoria habla de la contaminación, sobre cómo las empresas han afectado a nuestro resguardo y lo que nosotros hacemos para enfrentar eso. Queremos presentar fotografías turbias que muestran cómo se pone nuestro resguardo cuando se presenta este tipo de cosas, que contaminan y destruyen el monte. Dentro de la cultura Siona (Ziobain) encontramos que la espiritualidad es muy importante. Nosotros manejamos nuestra medicina espiritual, guiados por nuestros mayores, por eso en nuestra historia queremos mostrar que nos mantiene fuertes y nos ayuda a conectarnos con la naturaleza y los espíritus para lograr un mejor camino”.

Una serie creado por Mildrey Paz, Brigitte Piaguaje, Andrea Ríos, Jennifer Yurani. 

El derrame de petróleo

“Nuestra historia se trata del daño que sufrimos cuando existen situaciones como un derrame, cómo eso nos afecta y hace que nos enfermemos. Queríamos dar la sensación de que algo está mal y como era de día utilizamos un papel negro con un hueco para transmitir ese sentimiento en nuestras fotos. En el final el agua vuelve a estar limpia gracias a nuestra propia lucha”.

Una serie creado por Milena Piaguaje, Elena Yiyoguaje, Josefina Pauchi, Melania Lusitande.

Invasores

“Nosotras hicimos la historia Invasores porque entre nosotros en las nacionalidades ocurre eso, vienen los colonos, entran en nuestro territorio sin permiso, entran como si fuera de ellos, como si no le importara lo que tenemos nosotros dentro de la comunidad, por eso en mi grupo decidimos hacer una fotohistoria sobre eso. Nos imaginamos un personaje que se llama Ñumi, que vive en su territorio y tiene 35 años. Ella está felizmente trabajando en sus sembríos, pero se da cuenta de que han llegado personas de afuera para invadir su terreno. Ella no sabe qué hacer con los invasores y reaccionó fuertemente. Los enfrentó y logró desalojarlos”.

Una serie creado por Judy Payaguaje, Aneth Lusitande, Magdalena Quenamá, Morelia Mendua.

Watch this space for more stories from the Indigenous Youth Storytellers in the coming months, from stop motion animation, collaborative video, and broadcasting & social media.


The next generation of Indigenous Women Storytellers in the Amazon

There are few places in the world where will you find age-old myths and songs being shared by Indigenous elders around a fire at dawn, all the while Indigenous millennials immortalize their stories with photography, video cameras, and voice recorders. The Amazon is one of those places. This is the twenty-first century of Indigenous storytelling in our world’s largest rainforest, where a new generation is taking hold of digital media to safeguard hundreds of years of memory, history and knowledge for future generations – and to share their people’s urgent struggles with the outside world.

A new collective of Indigenous women storytellers is now coming together for the first time in their people’s history in the Ecuadorian and Colombian Amazon. They are seventeen young women from the Kofan, Siona, Siekopai and Waorani peoples. Together, they have taken on the challenge to become the first women filmmakers, photographers, and journalists of their nations.

Last month, these women gathered for a five-day retreat marking the official inauguration of a new Amazonian school for Indigenous women, launched in partnership with our sister organization, Ceibo Alliance, as a continuation of our work training and mentoring a first group of Indigenous youth storytellers over the past five years. This new school aims to equip young Indigenous women with the tools and techniques to share their perspectives, stories, wisdom, and experiences with their communities and the world.

Lifting up women’s voices and stories is critical to strengthening Indigenous women’s leadership and struggles in the Amazon. Indigenous women have always played a critical role in their people’s resistance movements and yet their voices and perspectives have been historically less visible, and they continue to be disproportionately affected by violence, racism, and discrimination. In this fight, storytelling becomes a powerful weapon to shape their own narrative and advance their people’s struggles for survival in our world’s most important rainforest.

In this Chronicle, we present the powerful photo series created by the women storytellers of the Ceibo Alliance during their first retreat. To begin the creative process, the women started by learning technical concepts such as framing, focal planes, and the expressive properties of light. To put what they learned into practice, they created a series of portraits before developing the following series exploring spirituality, and the consequences of evangelization, colonization, and extractivism in their ancestral territories.

Evangelization and Women

“Our story is about the evangelization of the Amazon. It’s part of our shared history as Indigenous nations. First, the missionaries arrived to our territories. They then built schools, and that is where we learned about the ways of the Western world. This is the story of a character named Ana, who was forced to go to the missionary school. Her parents sent her because they felt compelled. Little did they know that Ana would be sexually abused by the priests. When her parents eventually find out, they lock her up at home and decide to no longer send her to school. Ana had a lot of courage, but after being locked up, she became like a caged animal. So she began to pray to the spirits of the jungle. One night, she heard the voice of the spirit woman of the waterfall: “Come out and walk, Ana. You are a butterfly full of happy colors and unstoppable dreams. You can teach other women how valuable they are.” Ana went away and over time she became a leader with a strong voice. Together, with other women, she fought for freedom. We chose this theme because evangelization trapped and humiliated women in our communities, and it stalled progression. That is why the character is an abused woman.”

A series created by Beatriz Nawe, Tania Amwae, Tamara Alvarado, Daris Payaguaje.

Spiritual Strength

“Colonization brought many changes to Indigenous territories. The Siona community of Putumayo, located on the Ecuador-Colombia border, is affected by the presence of oil companies. Our photo-essay talks about contamination and the impacts of extractive companies on our territories, and how we’re fighting back. We wanted to create photographs with a sense of disturbance to show how our home is impacted by these activities that contaminate and destroy the forest. Spirituality is very important in our culture as Siona (ZioBain) people. We work with our spiritual medicine under the guidance of our elders; it keeps us strong and connects us with nature and the spirits in order to forge a better path forward”.

A series created by Mildrey Paz, Brigitte Piaguaje, Yuri Goyeneche, Jennifer Yurani.

The Oil Spill

“Our story is about the damages we suffer when disasters like an oil spill happen in our territories. It affects us and makes us sick. We wanted to convey the feeling that something is wrong, so we used black paper as a filter to create darkness since these photographs were taken during the daytime. Ultimately, our series shows that the water becomes clean again and it is thanks to our struggle.”

A series created by Milena Piaguaje, Elena Yiyoguaje, Josefina Pauchi, Melania Lusitande.

Invaders

“Our story is about the invasion of our Indigenous territories. It’s a threat that all our Indigenous nations face. The settlers enter our territory without our permission, they act as if it were theirs and as if our communities didn’t matter. We imagined a character called Ñumi, a 35-year-old woman who lives in her territory. She works to cultivate her chacra (food gardens), but then she realizes that outsiders are invading her land. At first, she doesn’t know what to do and she reacts strongly. She then confronts them and successfully evicts them.”

A series created by Judy Payaguaje, Aneth Lusitande, Magdalena Quenamá, Morelia Mendua. 

Watch this space for more stories from the Indigenous Youth Storytellers in the coming months, from stop motion animation, collaborative video, and broadcasting & social media.


Violaciones de derechos humanos tras dos meses del Paro Nacional en Colombia

  • Desde el inicio del paro nacional en Colombia, organizaciones sociales y de derechos humanos en Colombia habrían registrado 83 homicidios en personas civiles, 27 de los cuales son presuntamente atribuibles a agentes estatales
  • 47 agresiones específicas contra comunidades indígenas se habrían registrado en el marco del Paro Nacional, que van desde señalamientos, amenazas, hostigamientos, confrontación, constreñimiento, desaparición forzada y asesinatos
  • Una Misión de Observación Internacional por Garantías a la Protesta Social y Contra la Impunidad se llevará a cabo entre el 3 y el 12 de julio de 2021 en la que junto a delegados de 8 países y prensa internacional, realizaremos acciones de verificación y acopio de información de las graves violaciones ocurridas durante estos dos meses de Paro

 

30 de Junio, 2021 – El Paro en Colombia cumplió 2 meses de movilizaciones ciudadanas y aunque el contexto de los bloqueos, puntos de concentración y resistencia ha variado a partir de negociaciones que de manera directa realizan los Comités Departamentales y de una diversificación de estrategias de unidad y movilización; la juventud que conforma mayoritariamente la “Primera Línea” se mantiene en diversas ciudades, y de manera más sostenida en Bogotá y Cali; por su parte en los territorios las comunidades y organizaciones sociales e indígenas  avanzan en procesos de diálogo, concertación y/o exigibilidad, todos ellos/ellas con una bandera de lucha común: tener oportunidades y acceder a derechos en un país con cifras alarmantes de desigualdad, discrimnacion y pobreza.

De acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, en 2020 la población colombiana en situación de pobreza alcanzó el 42,5%, con un ingreso mensual per cápita de $331.688 COP (equivalentes a $89,6 USD); mientras que la población en situación pobreza extrema alcanzó el 15,1%, con ingresos mensuales per cápita que no superan los $145.004 COP (equivalentes a $39 USD). Adicionalmente, otro 30% de la población está en situación de vulnerabilidad económica, con grave riesgo de descender por debajo del umbral de pobreza frente a la crisis. A pesar de la grave situación, el Estado incumplió nuevamente sus obligaciones de atención y garantía de los derechos humanos con la población más vulnerable, al no proporcionar una renta básica que permita sobrellevar las medidas restrictivas de confinamiento para evitar la propagación de la COVID-19, adoptadas en 2020.

VIOLENCIA Y REPRESIÓN ESTATAL

Como se ha informado en las dos entregas anteriores (Parte I & Parte II), y documentado en extenso a través de redes sociales -a pesar de la censura-, la Fuerza Pública ha reprimido violentamente las protestas, dejando un saldo de ataques indiscriminados contra la población civil que incluye asesinatos, mutilaciones oculares, lesiones de todo tipo, agresiones con armas de largo alcance y violencia sexual; asi como un incremento significativo de discursos de estigmatización contra quienes ejercen su derecho a protestar y contra quienes defienden derechos humanos, proveniente de personas que ostentan posiciones de relevancia publica.

A partir del último reporte de la Campaña Defender la Libertad un Asunto de Todas, con corte al 22 de junio se habrían registrado 83 homicidios en personas civiles, 27 de los cuales son presuntamente atribuibles a agentes estatales; 1.677 personas heridas por parte de la Policía Nacional, el ESMAD y civiles armados actuando con la aquiescencia y tolerancia de agentes de policía de las cuales 80 presentan lesiones oculares y 114 heridas con arma de fuego. Se reportan 106 personas víctimas de violencias basadas en género por parte de la Policía Nacional y de acuerdo con la Defensoría del Pueblo, 23 casos serían de violencia sexual. 84 personas siguen desaparecidas según cifras de la Fiscalía General de la Nación, persistiendo además abusos de poder, allanamientos declarados ilegales, detenciones arbitrarias, generalizadas, con sometimiento a tortura, tratos crueles, inhumanos y degradantes frentre a a las más de 3.203 personas detenidas con ocasión del ejercicio legítimo de su derecho a la protesta social.

MISIÓN S.O.S. COLOMBIA

Ante el 47° Período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, que se está realizando desde el 21 de junio hasta el 13 de julio, la Alta Comisionada de ONU, Michelle Bachelet, informó de graves retrocesos a los derechos humanos en el mundo, derivado de la precaria respuesta a la crisis ocasionada por la pandemia. De manera específica, llamó la atención de situaciones preocupantes respecto de Colombia por los abusos de las fuerzas de seguridad y los niveles de impunidad al respecto en el contexto de las movilizaciones sociales. Instó particularmente sobre la necesidad de adelantar investigaciones rápidas, efectivas e independientes, recalcando la necesidad de rendir cuentas frente a la responsabilidad del Estado, para que, junto con un compromiso real de aplicación y cumplimiento a los Acuerdos de Paz, pueda contribuir a aumentar la confianza pública en las autoridades, enmarcado en un proceso de justicia transicional que aborde las causas estructurales de la violencia política que vive el país y que ha alimentado el conflicto armado interno en los últimos 60 años.

Ante una intensa campaña promovida por la sociedad civil y la comunidad internacional, la Comisión Interamericana de Derecho Humanos visitó el país entre el 8 y el 10 de junio para observar la situación de derechos humanos en el marco de las protestas, recibir testimonios, denuncias y comunicaciones principalmente de las víctimas y sus familias. La delegación estuvo conformada por la Presidenta de la CIDH y relatora para Colombia, comisionada Antonia Urrejola; y los comisionados Joel Hernández y Stuardo Ralón, con apoyo de la secretaria ejecutiva, Tania Reneaum; la secretaria adjunta de Monitoreo, Cooperación Técnica y Capacitación, María Claudia Pulido; el relator especial para la Libertad de Expresión, Pedro Vaca, y personas integrantes de sus equipos técnicos. Promoviendo el diálogo como salida democrática a la crisis social que dieron origen a las protestas y mantienen las movilizaciones del paro nacional, la CIDH tiene el reto de elaborar recomendaciones al Estado a partir de los hechos documentados, brindando observaciones generales sobre la visita.

A pesar de que se esperaba una disminución de los hechos de violencia como consecuencia de la visita internacional, entre el 18 y el 21 de junio fueron hallados 5 cuerpos descuartizados en varias regiones del país de jóvenes que habían participado de las protestas, algunos de ellos conformando la primera línea: se trata de Santiago Ochoa, de 23 años en Tuluá (Valle del Cauca), Kevin García de 16 años en La Virginia (Risaralda), Hernán Ramírez de 25 años en Tuluá (Valle del Cauca), y 2 personas más sin identificar en Bello (Antioquia). Estos hechos, además de evidenciar una grave situación de violaciones a los derechos humanos y una incapacidad absoluta del Estado de investigar con debida diligencia para sancionar a los responsables, pretende desestimular las acciones de protesta,  generar terror y afectar de manera colectiva, a la sociedad civil movilizada.

ATENCIÓN URGENTE A LA SITUACIÓN DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Por su parte, la Comisión Nacional de Territorios Indígenas -CNTI en conjunto con la Asociación de Cabildos Indígenas del Pueblo Siona del Putumayo – ACIPS presentó ante la CIDH un informe sobre las afectaciones diferenciales para los pueblos y comunidades indígenas desde un enfoque territorial. Se ratificaron como razones de apoyo al Paro nacional las iniciativas, tanto administrativas como legislativas, que vulneran los derechos al consentimiento y consulta previa, libre e informada en el marco de contextos extractivos y agroforestales dentro de los territorios ancestrales propuestas por el Gobierno del Presidente Iván Duque. Adicionalmente, el aumento progresivo de los homicidios en contra de personas indígenas como consecuencia de los incumplimientos de los Acuerdos de Paz; las dilaciones en la implementación de mecanismos de ordenamiento social de la propiedad rural en favor de comunidades originarias, la inminente reanudación de las aspersiones aéreas con glifosato y el incumplimiento a la política pública de reparación a las víctimas colectivas del conflicto armado y a la restitución de derechos territoriales de los pueblos indígenas, motivan a continuar con las Mingas de Resistencia desde los territorios.

De acuerdo con el Sistema de Monitoreo de la Organización Nacional Indígena de Colombia -ONIC citado en el informe, desde mayo de 2021 se ha registrado una gran Minga Indígena Nacional con 3 asambleas permanentes, 28 movilizaciones y 22 puntos de resistencia en todo el país, con actividades culturales y espirituales, tanto al interior de los territorios como movilizaciones pacíficas en las ciudades y cabeceras municipales.

Desde el 9 de junio, fecha de nuestra última entrada de análisis en esta plataforma, organizaciones indígenas del nivel territorial, entre ellas el Consejo Regional Indigena del Cauca y la Organización Indigena de Antioquia han denunciado varios hechos victimizantes contra personas de Pueblos Indígenas, liderazgos comunitarios y personas defensoras de los Derechos Humanos. Entre los hechos se destacan las amenazas proferidas por la estructura paramilitar denominada “Bloque Sur Occidental de las Águilas Negras”; el asesinato de una mujer indigena Embera y su hija, y la mutilación de extremidad inferior de un guardia indigena por accidente con mina antipersonal.

AMENAZAS Y ESTIGMATIZACIÓN CONTRA DEFENSORES INDÍGENAS

Hasta el  10 de junio de 2021, se habrían registrado 47 agresiones específicas contra comunidades indígenas en el marco del Paro Nacional, que van desde señalamientos, amenazas, hostigamientos, confrontación, constreñimiento, desaparición forzada y asesinatos, los cuales hacen parte de ataques estructurales y racistas. El Departamento del Valle del Cauca es el lugar donde más afectaciones se han registrado, incluso con lesiones producidas con armas de fuego.

Adicionalmente, se denuncia que aprovechando la coyuntura del Paro Nacional y la movilización de los dirigentes indígenas a los puntos de concentración y resistencia, la Fuerza Pública ha ingresado de manera arbitraria, sin autorización y de mala fe a los territorios indígenas ocasionando daños a los bienes comunitarios, y realizando sin haber garantizado el derecho a la Consulta Previa, Libre e Informada procesos de erradicación forzada de cultivos de uso ilícito con personal militar.

Los discursos de odio en contra de las Guardias Indígenas y los Pueblos ancestrales sigue siendo una constante en el País. El 2 de junio la ACIPS denunció que un funcionario de la Gobernación del Putumayo estaría llamando “secuestradores” y generando estigma en contra de  los dirigentes indígenas responsables de un punto de resistencia por realizar bloqueos controlados y pacíficos sobre las vías del departamento. De igual forma, el ex Presidente Álvaro Uribe Vélez, jefe del Partido de Gobierno, a través de su twitter personal y con información falsa, invitó a respaldar a la Fuerza Pública  para evitar la “defensa privada armada”. En el trino publica una fotografía de un vehículo portando la bandera del Consejo Regional Indígena del Cauca – CRIC, y relaciona a la organización con “grupo terrorista ELN” en Jamundí, Valle”.

Lejos de tener una voluntad real orientada al diálogo social para resolver la crisis, el Gobierno Nacional es hostil ante esta posibilidad. Muestra de ello es que, mientras se está desarrollando una mesa de negociación, el Ministro del Interior anunció el pasado 18 de junio una modificación al Decreto 003/2021 mediante el cual se pretendió la regulación -cada vez más limitada- de las circunstancias que constituyen manifestación pacífica y, aquellas que justifican la intervención policial por obstaculizar vías e infraestructura de transporte acciones que ya fueron tipificadas como delito en 2011, en la cuestionada Ley de seguridad ciudadana (Ley 1453 de 2011) siempre y cuando se realice por medios ilícitos.

Varias organizaciones sociales de Colombia alertaron que la regulación y limitación del derecho a la protesta pacífica debe tramitarse mediante una ley estatutaria (ver sentencia C-227 de 2017), por tratarse de derechos fundamentales. No obstante lo anterior, el Gobierno Nacional mediante un decreto administrativo tomó la decisión de modificación normativa sin concertar con los delegatarios de la mesa de negociación del Paro Nacional, y sin garantizar el derecho a la consulta previa, libre e informada con pueblos étnicos que se ven afectados por la limitación de su derecho a la protesta social. De nuevo, esta situación es una muestra más de la mala fe e incumplimiento de los estándares y garantías democráticas de protección de los derechos humanos por parte del Gobierno Nacional.

Como organización internacional de derechos humanos, seguimos comprometidos en la  denuncia de las graves violaciones a los derechos humanos y colectivos en los que incurre el Estado colombiano y, que de manera particular, en el contexto actual del Paro Nacional, de todas los hechos que por acción u omisión, atentan contra el derecho a la movilización social, base del ejercicio democratico y plural. Haciendo eco al llamado de la sociedad civil colombiana que ha pedido apoyo para la visibilización y acompañamiento a las comunidades, sectores sociales y pueblos indígenas movilizados, vigilando las obligaciones del Estado Colombiano frente a la garantía de los derechos humanos y deberes especiales de preservación de la vida, integridad y territorios entre el 03-11 de julio de 2021, participaremos de la Misión de Observación Internacional por Garantías a la Protesta Social y Contra la Impunidad en Colombia en la que junto a delegados de 8 países y prensa internacional realizaremos acciones de verificación y acopio de información de las graves violaciones ocurridas durante estos dos meses de Paro.

Seguimos defendiendo la vida y exigiendo en todos los escenarios posibles – legales, de incidencia y denuncia – el respeto por los derechos humanos, la urgencia de respuestas frente a los graves hechos de violencia que promueven el racismo estructural y la desigualdad, así como el cumplimiento urgente a los Acuerdos de Paz. Desde la Amazonía decimos:

 

¡A parar para avanzar, viva el Paro Nacional!

Lea la Parte I del análisis aquí.

Lea la Parte II del análisis aqui. 

Escrito por:

Maria Espinosa & Laura Rojas Escobar

Abogadas del Equipo Legal de Amazon Frontlines


Violaciones de derechos humanos en las protestas del Paro Nacional en Colombia

Después de 43 días de iniciado el Paro Nacional se han retirado los proyectos de reforma de salud y reforma tributaria, renunció el ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla y su viceministro, Juan Alberto Londoño, autores de esta última, y, se han dado algunos acercamientos entre sectores movilizados representados por el Comité Nacional del Paro y el Gobierno de Iván Duque para concertar una salida negociada que deberá contener entre otros puntos la intervención económica integral emergente al sistema de la salud, el fortalecimiento de la vacunación contra el coronavirus y la aprobación de una renta básica de emergencia para personas en condición de pobreza. Mientras tanto, se siguen registrando graves violaciones a los derechos humanos en diversas zonas del territorio colombiano, exacerbados por discursos de odio y difamaciones que favorecen la criminalización de las personas y colectivos étnicos que ejercen su derecho a la protesta y movilización social.

Diversas organizaciones de derechos humanos reportan que desde el inicio del Paro Nacional el 28 de abril, hasta el 4 de junio de 2021 han ocurrido: 77 homicidios, de los cuales 34 fueron cometidos presuntamente por el accionar de la fuerza pública, los demás fueron realizados por “civiles” sin identificar en el marco de la protesta social pacífica, o no se tiene información clara sobre ello; 1.246 personas fueron heridas por el accionar desproporcionado de la Policía Nacional,  en particular por los  Escuadrones Móviles Antidisturbios de la Policía Nacional (ESMAD); 158 personas defensoras de derechos humanos, 667 mujeres han sido víctimas de violencias policiales, 2.808 personas han sido detenidas, muchas de ellas de manera arbitraria aplicando de manera generalizada, indiscriminada y sin justa causa la figura del traslado por protección, siendo sometidas en muchos casos a tortura y/o tratos crueles, inhumanos y degradantes, 346 personas se encuentran desaparecidas; entre otras gravísimas violaciones a derechos humanos.

Estas cifras no son consolidadas, porque hasta la fecha no existe un registro cuantitativo claro y contrastado por instituciones como la Defensoría del Pueblo, la Procuraduría General de la Nación, las Personerías Municipales y la Fiscalía General de la Nación, mostrando, entre otros hechos, gravísimas falencias para procesos de documentación, investigación y atención de las violaciones descritas.

Los hechos reportados se ven exacerbadas por discursos y afirmaciones discriminatorias y de odio realizadas por funcionarios públicos en contra los/las manifestantes, sin ninguna prueba contundente de tales afirmaciones, favoreciendo la construcción de enemigo interno en quienes pretenden hacer pasar estas graves violaciones a derechos humanos como casos aislados de criminalidad o vandalismo entre particulares, omitiendo así su responsabilidad en el discurso público. Es el caso de Wilson Ruiz, Ministro de Justicia, quien durante una entrevista aseguró que la mayoría de los muertos en el contexto de las protestas en realidad ocurrieron en “peleas callejeras o intentos de robo”.

Por otro lado, el Gobierno Nacional haciendo uso velado de figuras contrarias a la constitución como es la “asistencia militar”, indicó a las administraciones departamentales y municipales a través del Decreto 575 expedido el 29 de mayo de 2021, que debía darse una respuesta armada con el Ejército para disolver las manifestaciones en las ciudades, legitimando dar a la población civil un tratamiento similar al de combatientes.

Condena internacional por el uso de fuerza excesiva

El 14 de mayo pasado, expertos en derechos humanos de Naciones Unidas y de la Organización de Estados Americanos condenaron la violenta represión de las protestas pacíficas en Colombia y pidieron al Gobierno una investigación exhaustiva e independiente sobre muertes reportadas, violencia sexual, alegaciones de tortura, casos de presuntas detenciones arbitrarias y de desaparición forzada. Para esa fecha los expertos tenían en sus manos informes de al menos 26 muertes, en su mayoría jóvenes, 1.876 casos de violencia policial, 216 casos de lesiones, incluyendo a policías, aproximadamente 168 desapariciones, 963 detenciones presuntamente arbitrarias, al menos 12 casos de violencia sexual, así como alegaciones de tortura. Además, se habían producido por lo menos 69 agresiones contra defensores de derechos humanos.

Diversas organizaciones, observadores internacionales y periodistas han registrado numerosas denuncias de los voluntarios de atención sanitaria y defensores y defensoras de Derechos Humanos y medios de prensa independiente, que pese a estar formal y correctamente identificados fueron atacados por el ESMAD o por civiles armados obstruyendo su labor y poniendo en grave riesgo su integridad; el incremento de agresiones contra estos colectivos quienes realizan acciones permanentes monitoreo, acompañamiento, asistencia y/o verificación constituye riesgos contra su vida y desconoce su papel para la garantía del derecho a la protesta y del Estado de derecho.

Por su parte la Alta Comisionada de las Naciones, Michelle Bachelet, ha expresado su profunda preocupación por los hechos acaecidos en Cali donde civiles armados han abierto fuego contra manifestantes, periodistas que cubrían las protestas y transeúntes.  Cali, capital del Valle del Cauca, es la tercera ciudad más grande de Colombia, con 2,2 millones de habitantes con un alto número de residentes afrodescendientes, ha sufrido hasta 46 homicidios además de diversos ataques de odio contra la Minga indígena que entró en la ciudad a principios de mayo para sumarse a las manifestaciones. “Las autoridades colombianas deben respetar la libertad de expresión y de prensa, y garantizar que los periodistas puedan cubrir las noticias en condiciones de seguridad”. El uso de la fuerza potencialmente letal es una medida extrema, a la que sólo se puede recurrir cuando sea estrictamente necesario para proteger la vida o evitar lesiones graves ante una amenaza inminente. Las armas menos letales, por el contrario, deben emplearse únicamente sujetas a requisitos estrictos de necesidad y proporcionalidad, cuando las medidas menos dañinas resultan ineficaces.

Cali, epicentro de las protestas

En este punto resulta importante referir el contexto socio económico en Cali para entender por qué es uno de los epicentros de la protesta. Cali llegó a ser la ciudad más desarrollada en el suroccidente colombiano, aportando más de 12% del Producto Interno Bruto del país en la década de los 80. Esas condiciones, otrora favorables, configuraron a Cali como epicentro del desplazamiento forzado de miles de personas víctimas del conflicto armado. Solo en 2018 la alcaldía municipal reportó la llegada de 205,000 personas en esta condición, muchos del Pacífico y el Cauca, donde se concentraron los asesinatos de líderes y lideresas sociales, la disputa de las rutas del narcotráfico y la concentración de tierras y territorios ancestrales en manos de la agroindustria azucarera y de biocombustible.

Para el 2020 la situación de pobreza y desempleo en Cali era menos mala que la del resto del país, con una tasa de pobreza del 21,9%, frente al 35,7% nacional; en pobreza extrema los porcentajes eran 4,7% y 9,6% respectivamente, y en el índice de desigualdad 0,46% y 0,52%, con la llegada de la pandemia la pobreza nacional llegó a 42,5 (un aumento de 7 puntos) y 3,5 millones de personas se volvieron pobres (un aumento del 20%). También se incrementó la desigualdad medida por el índice de Gini, el cual pasó de 0,52 a 0,54, volviendo a los niveles de principios de siglo. En Cali la tasa de pobreza aumentó 15 puntos (el doble de la nacional) llegando a 36,3, y el número de pobres aumentó 67%, es decir más del triple de lo que pasó en el país. Otro indicador alarmante en la ciudad es la pérdida de ingresos de los más pobres: mientras que en el conjunto del país fue del 24%, en Cali fue del 50%.

Sebastián Jacanamejoy (a la derecha) perteneciente al pueblo Inga, fue asesinado el 28 de mayo 2021 en el Punto de resistencia de Melendez, de la ciudad de Cali, Valle del Cauca. Foto MAVS producciones

Continuando con el contexto del país el pasado 28 de mayo, el presidente Iván Duque a través del Ministerio del Interior expidió el Decreto 575 de 2021, “por el cual se imparten instrucciones para la conservación y restablecimiento del orden público” en ocho departamentos y trece ciudades del país, disponiendo que alcaldes y gobernadores levanten los bloqueos con el apoyo del Ejército, amparados bajo la figura de la “asistencia militar”, decisión contraria a las disposiciones constitucionales que reconocen y protegen libertades fundamentales como el derecho a la protesta y que ha agravado significativamente posibilidad de concertación manifestantes privilegiando la represión sobre el diálogo. Este decreto impone de facto la figura de la asistencia militar, evitando decretar el estado de conmoción interior que exigiría el control de la Corte Constitucional. Este mismo día habitantes del Municipio de Buga, Barrio Aures, denunciaron que el ESMAD habría ingresado al barrio y desaparecido al menos a 5 personas, en el punto de resistencia de Meléndez en la ciudad de Cali fue asesinado el joven Sebastián Jacanamejoy del Pueblo Inga y herido de gravedad Isan David Imbachi del pueblo Yanacona.

Abusos de derechos humanos bajo investigación

Todos estos hechos y la falta consistente de garantías al derecho a la protesta motivaron insistentes y diversos pedidos ciudadanos a la CIDH para la realización de una visita in loco en la que se puedan documentar en terreno las denuncias de las víctimas y procesos organizativos afectados, identificando impactos diferenciados de las violencias en mujeres, personas LGBT, defensoras de derechos humanos y periodistas, así como comunidades étnicas; después de varias dilaciones por parte del Gobierno de Duque en cabeza de su canciller Marta Lucía Ramírez finalmente se encuentra realizando la visita entre el 8 al 10 de junio.

Si bien la visita es una oportunidad para evidenciar lo ocurrido en contexto de protesta y movilización social en Colombia, generar espacios de diálogo e interlocución y pensar en soluciones de corto y mediano plazo a los problemas evidenciados por las protestas diversas organizaciones sociales, étnicas y de derechos humanos han denunciado que no existen garantías suficientes para que la visita se realice sin limitaciones para el acceso del personal de la comisión a los testigos y a los territorios. La CIDH ha manifestado su interés de escuchar a las víctimas de violaciones a los derechos humanos y sus familiares para recibir sus testimonios, denuncias y comunicaciones; así como a personas que resultaron afectadas por acciones de violencia en ese contexto, para tal fin además de la información que recaben en la visita han diseñado un formulario para que las víctimas puedan compartir sus testimonios. Organizaciones sociales y de derechos humanos requieren a la CIDH impulse la conformación de un grupo de personas expertas independientes como el que acordó frente a las protestas en Nicaragua, Bolivia o Ayotzinapa, México.

El mismo llamado por parte de la sociedad civil colombiana de apoyo se ha extendido a organizaciones internacionales a quienes nos piden continuar la labor de observancia, denuncia y acompañamiento a los sectores sociales y pueblos étnicos movilizados, con el fin de vigilar las obligaciones que el Estado Colombiano tiene para la efectiva garantía del ejercicio de los Derechos Humanos y especialmente, para preservar la vida e integridad ante el escalonamiento de vulneraciones a derechos humanos y la respuesta militar a la protesta social.

Minga indígena durante el paro nacional, Colombia. Foto Cortesia de la CRIC.

El Movimiento Indígena En Pie de Lucha

La Minga indígena a nivel nacional sigue participando activamente del paro, marchas, plantones, puntos de resistencia, corredores de vida, tulpas, mingas locales, actos de recuperación de la memoria, asambleas, mesas de discusión, manifestaciones culturales son algunas de las acciones; en varios comunicados y pronunciamientos rechazan la desigualdad y las reformas y leyes que la profundizan el empobrecimiento estructural que los afecta, denuncian el incumplimiento a los Acuerdo de Paz, el fortalecimiento del paramilitarismo y el narcotráfico y de la subyacente economía ilegal que empobrece al país y que junto con el extractivismo, afecta sus territorios; “bajo el mandato de la Ley de Gobierno Propio Pacto para Volver al Origen, que nos indica que en tiempos aciagos hay que reforzar nuestras luchas por la pervivencia ejerciendo la autonomía con decisión, para asumir nuestra responsabilidad histórica, ética y política en la protección de la vida, la dignidad y la libertad, hasta que se apague el sol.”

Los indígenas en Colombia representan un 5% de la población, según cifras del fondo de Desarrollo para Asuntos Indígenas 1,37 millones de los indígenas del país están en la extrema pobreza, el triple que el promedio nacional. El 70% de los niños y niñas indígenas sufren desnutrición crónica y el 63% del total de la población está bajo la línea de pobreza, de los cuales el 47 % están por debajo de la línea de la miseria extrema. Según las cifras de las ONU, más de la tercera parte de los pueblos indígenas se encuentran en peligro de desaparecer por el hambre extrema, por su parte la más alta Corte del país ha declarado que de los más de 102 pueblos indígenas del país, 34 están en grave riesgo de exerminio físico y cultural.

La Minga Indígena ha confrontado y se ha movilizado activamente contra  los gobiernos de Álvaro Uribe y ahora de su aliado político, actual Presidente de Colombia Iván Duque Márquez. Por años, ha sostenido de manera coherente una agenda en defensa de la vida, los derechos humanos, los territorios y la  paz, haciendo resistencia a un modelo económico capitalista que empobrece a las comunidades y es contrario con sus planes de vida, cultura y espiritualidad.

Ahora bien, mientras las Guardias indígenas, cimarronas y campesinas se mantienen activas y movilizadas en el Paro Nacional, en los territorios rurales se mantienen las diversas violencias que ejercen actores armados irregulares y estatales. Por poner un ejemplo, el viernes 4 de junio en horas de la mañana se presentó un ataque armado en contra de miembros de la Policía Nacional en el sector conocido como “La Vuelta de la Mama” en el casco urbano de Santander de Quilichao, departamento del Cauca. Al momento del ataque se desplazaban varios comuneros indígenas en un vehículo de transporte público tipo Jeep por la vía que comunica el casco urbano con la vereda San Pedro y quedaron atrapados en el intercambio de disparos. Como resultado hay tres personas asesinadas: en el hecho, una mujer de 54 años y un joven de 21 años, autoridad u’kawe’sx del Resguardo de Munchique los Tigres y tres días después, la comunicadora comunitaria del Tejido de comunicación Çxhab Wala Kiwe de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, Beatriz Cano. En la madrugada de hoy, 9 de junio, la autoridad indígena del pueblo Nasa Argenis Yatacue y su esposo fueron asesinados también en la entrada del municipio Corinto en el Cauca.

No existe diálogo o acuerdo posible mientras en los territorios se sigue amenazando, hostigando y asesinando a personas defensoras de derechos humanos, quienes han sostenido la lucha de los pueblos a través de la primera línea, la Guardia indígena, la Minga comunitaria, quienes no solo enfrentan amenazas contra su vida en el contexto del Paro Nacional y de pandemia, sino que viven múltiples vulneraciones históricas a sus derechos humanos y colectivos. No es posible que al mismo tiempo que se abre una mesa de concertación, también se esté autorizando a la fuerza militar a frenar las protestas y legítimas movilizaciones porque este es un derecho legítimo del pueblo colombia amparado tanto por la Constitución, la jurisprudencia (sentencia C-742/12) y la Convención Americana sobre DDHH (art. 15) .

Tampoco es posible hablar de diálogo, sin que el Estado de Colombia admita, reconozca y se comprometa a investigar las violaciones sistemáticas e históricas a los derechos humanos, y sin que al menos el Presidente realice un pronunciamiento público y contundente ofreciendo la  investigación independiente de los hechos denunciados internacionalmente. Esperamos que la CIDH escuche a las víctimas y documente de forma amplia las violaciones a los derechos humanos cometidas durante el Paro Nacional, sin que agentes estatales manipulen e impidan la realización de su trabajo, y que una vez sean emitidas y de público conocimiento las recomendaciones, estas sean de obligatorio e inmediato cumplimiento.

¡A parar para avanzar, viva el Paro Nacional!

Lea la Parte I del análisis aquí.
Escrito por:
Maria Espinosa & Laura Rojas Escobar
Abogadas del Equipo Legal de Amazon Frontlines

Fotos Cortesia del Consejo Regional Indígena del Cauca CRIC


Human Rights Violations Mount in Colombia’s Protests

Widespread protests are now entering their third week in Colombia as the country grapples with a third wave of COVID-19 that has brought a collapsed health care system in the main cities of the country, new travel restrictions, curfews and the precarious implementation of a national vaccination program coordinated through the bilateral COVAX scheme.

As part of the national demonstrations sweeping the country, Indigenous peoples have organized a minga or march to demand respect for rights that have been historically denied to them. Indigenous peoples in Colombia face recurrent racism and stigmatization, and communities continue to suffer systematic violence and the dispossession of their ancestral territories. Colombia is home to 102 Indigenous peoples, of which thirty-nine have been declared at imminent risk of physical and cultural extermination as a consequence of the internal armed conflict and thirty-five of which face a high risk due to their demographic decline with less than 200 inhabitants. In addition, 242 indigenous leaders have been assassinated since the signing of the Peace Accords in 2016.

As part of the protests, the Indigenous movement has put forward an agenda with several key demands: justice for the impacts of violence caused by the armed-conflict and narco-trade, structural impoverishment, and the threat of dispossession of their ancestral territories; as well as respect for their fundamental rights as victims of the armed conflict; the recognition and affirmation of their autonomy and decision to remain in their territories as an essential condition to guarantee their survival; the State’s flagrant non-compliance with the Peace Accords; stopping the imminent reactivation of dangerous aerial spraying of coca-crops with glyphosate (otherwise known as Round-Up); the imposition of development models opposing the Indigenous philosophy of “Buen Vivir” (Good Living); and the violation of rights to self-determination and prior, free and informed consultation and consent.

Additionally, the Indigenous guardias, whose existence and work are synonymous with resistance, peace, collective struggle, and the real and effective protection of their communities and territories, have joined the frontlines of mobilizations in cities alongside young demonstrators protesting against unemployment, inequality and the consequences of forced displacement and poverty in the cities.

It is important to consider that the systems of guardia are autonomous strategies of resistance for the monitoring and control of Indigenous territories (with or without formal titles). They are a manifestation of legal pluralism, of proper law, of self-determination for the support and backing of the traditional, political and spiritual authorities of each Indigenous people. They are civil, peaceful bodies, which have the main function of caring for and defending life and culture. Today, they are mobilizing in the cities as a result of their communities’ mandate in an effort to denounce the deepening war in their territory, rising inequality and the socio-environmental effects and systematic violations of their human and collective rights.

Colombia’s Mobile Anti-Disturbances Squadron (ESMAD) opens fire on protestors at close range. Photo Courtesy Regional Indigenous Council of Cauca (CRIC)

Demands for the government to build a fairer society have been met with police brutality and repression. Despite the existence of national and international normative tools to regulate the use of force by Colombia’s Mobile Anti-Disturbances Squadron (ESMAD) and the police force in the context of protests, serious human rights violations have been reported since the start of demonstrations at the end of April.

According to the “Defend Freedom Campaign” (Campaña Defender la Libertad), as of May 15th, 2021, 49 people have been killed at the hands of alleged unidentified state and/or “civil” actors; one young minor decided to end his life after being sexually assaulted by the public force; 578 have been injured in clashes between the national police and ESMAD; 37 have suffered vision loss; 87 have been victims of gender-based violence. At least 1,460 people have been arrested, some of whom have also denounced acts of torture and other cruel, inhuman, degrading treatment while in custody. Twelve raids have also been made, eight of which have been declared illegal, including arrests of human rights defenders. To date, at least 379 people have been reported as missing, and this figure is subject to review. The crisis in the country continues despite growing national and international condemnation of the militarized response and police repression against demonstrators.

Adding to popular outrage against these abuses, militarization, and killings, impoverished families throughout the country have been asking for but have not received an urgent basic income since the beginning of the pandemic in 2020 in order to survive the lockdown. 42.5% of Colombia’s population is already living in poverty, of which 15.1% is now living in extreme poverty. Alarming inequality continues to grow between the countryside and cities, a product of, among other things, the ongoing internal armed conflict. For the past sixty years, the armed conflict has claimed seven million victims, and adequate reparations or considerations have still not been made.

At the beginning of the national strike on 28th April, 2021, protestors marched in the streets with banners declaring that they feared the criminal right-wing government more than COVID-19 itself. At that time, the government was attempting to promote a controversial tax reform bill, which detonated social discontent. The reform would have seen taxes imposed on basic family goods and necessities, retirements and extra taxes on the middle class with hopes of curbing the country’s budget deficit. Yet the salary of a congressman (valued at $ 34,417,000 COP) is equal to 48 monthly minimum wages, showing again the stark inequality in the country.

Protestors mobilize as part of Colombia’s nationwide demonstrations. Photo Courtesy Regional Indigenous Council of Cauca (CRIC)

Even as the Minister of Finance resigned on the sixth day of protests, demonstrations continued and intensified. Protestors’ opposition to the privatization of healthcare and demands for a quality, free and universal education; and for the respect of life, dignity and territories were met with brutal repression, police brutality and abuses from the public force.

We at Amazon Frontlines express our deep concern over the Colombian government’s declarations that protestors have “terrorist” objectives, thereby justifying their excessive use of force against the population. We also express concern over the declarations of local authorities inciting civilians to rise up against the protestors, a clear signal to paramilitary militia groups with a long history of devastating violence in Colombia. This is not only a violation of human rights standards, but it is also an assault on all the victims of paramilitary violence in a country that has suffered the longest internal armed conflict on the continent.

Hate speech has been especially promoted by high-level officials such as the Minister of Defense, Diego Molano; mayors, like Carlos Maya, mayor of the city of Pereira,; and influential public figures such as former President Álvaro Uribe Vélez, who today runs the ruling political party. These figures have made statements which intentionally, consciously and voluntarily seek to project a biased image of the demonstrations and set fire to public demonstrations with a defense for ongoing genocide. These statements have sought to encourage members of the police force and civilians to act out against protestors, resulting in an alarming increase in the use of institutional violence, directly exercised by uniformed or undercover law enforcement officers and through the actions of individuals who have had the complicity or acquiescence of the State.

The arbitrary, violent and disproportionate actions of ESMAD and military forces go against the protocols, norms and international human rights standards relating to the use of public force in the context of peaceful social protest. The violence responds to a scenario of fear, confrontation and discrimination, and an attempt to impose a concept of security based on the fear of certain privileged sectors of the population, thereby justifying the repressive treatment of protests.

Growing concern over the increasingly violent events has been publicly denounced by various human rights organizations in Colombia and the international community, including the Inter-American Commission on Human Rights (IACHR) and its Office of the Special Rapporteur for Freedom of Expression, which have expressed “concern about stigmatizing and intimidating statements by state authorities, among which are particularly worrying those that classify protesters and victims as ‘terrorists’, ‘enemies’ or ‘criminals’. Declarations of concern have also been made by the Office of the United Nations’ High Commissioner for Human Rights, and more than 650 Civil Society Organizations from around the world.

Indigenous peoples mobilize in the city of Popayán. Photo Courtesy of the Regional Indigenous Council of Cauca - CRIC

Despite the fact that social mobilization and peaceful protest is a political right that, as a pillar of a democratic system, has been explicitly considered as a fundamental part of the Peace Accords, since April 28th this guarantee has been completely breached by the Government of Colombia. Brutal armed repression, judicial persecutions, attempts to quash protests through road blockades and the State’s ignorance of the structural demands of civil society have fueled unrest and deepened a critical situation for human rights in the country.

In recent days, the south of the country has been the protagonist of both barbarism and hope. Cities such as Cali, Popayán, Yumbo and Bogotá have been the epicenter of attacks against peaceful mobilizations. The Indigenous Minga and members of the Indigenous guardia of the Regional Indigenous Council of Cauca (CRIC) have accompanied these mobilizations and documented protest through social media and alternative press, revealing evidence of armed attacks against protestors, sabotage by public forces and violent interception by armed third parties, and even the successful arrest and disarmament of members of the national police infiltrating the marches.

Members of the indigenous guard of the Buenavista Reservation of the Siona People, Putumayo,

In the Putumayo region, the Siona people of Buenavista, a cross-border community whose territory is located along the Putumayo River between Colombia and Ecuador, has mobilized its traditional and political authorities and its indigenous guardia to peacefully participate in the national strike in the municipality of Puerto Asís, demanding respect for the Amazon; denouncing the impacts that continue without remediation as a result of fumigations with glyphosate and the risk posed by the resumption of what is essentially chemical war against the civilian population; the imminent physical and cultural extermination in which they find themselves; the pressure for the development of oil activity in the region and the lack of progress in the processes of restitution and territorial formalization.

With dignity, strength and courage, men and women of Indigenous peoples, the labor sector, young people, students and farmers have risen up to demand their right to peaceful protest and to try to build, through de facto means, a country that continues to resist armed violence and paramilitarism. As they sing in the streets: “¡El pueblo no se rinde carajo!” (“The people don’t give up! Damn it!”). Civil society in Colombia has grown tired of allowing oppression and injustice to go on unchecked.

May the wisdom of Indigenous peoples allow us to find paths toward a dialogue for transformation. May the serious violations of human rights being committed come to a stop immediately, and multilateral organizations and special international verification missions accompany the ongoing protests and the recent events that have prompted the mobilization.

Written by:

Maria Espinosa & Laura Rojas Escobar

Lawyers from Amazon Frontlines’ Legal Team


Violaciones de derechos humanos en las protestas de Colombia

El Paro Nacional en Colombia cumple 21 días de movilizaciones populares, en pleno pico de la tercera ola del Covid-19, en un contexto previo de colapso de las unidades de emergencia hospitalaria en las principales ciudades del país, el reinicio de medidas de restricción de circulación, toques de queda y una precaria implementación del plan nacional de vacunación que comenzó el 17 de febrero con dosis adquiridas a través del mecanismo bilateral del COVAX y no la gestión directa del Gobierno Nacional.

A la fecha, el país afronta la imposición de un recurrente y sistemático discurso de odio racista y estigmatización contra los Pueblos indígenas movilizados bajo la figura de la Minga que camina la palabra y recorre el País para exigir sus derechos; esos que históricamente les han sido negados, pues las comunidades siguen sometidas a la sistematicidad de la violencia y el despojo de sus territorios. Acercando la realidad a las cifras, de los más de 102 Pueblos Indígenas que existen el Colombia, al menos 39 están declarados en inminente riesgo de exterminio físico y cultural como consecuencia del conflicto armado interno; 35 enfrentan alto riesgo por disminución demográfica contando con menos de 200 habitantes; y 242 líderes indígenas asesinados desde la firma de los Acuerdos de Paz en 2016.

Los impactos de la violencia, el empobrecimiento estructural, la amenaza de despojo de sus territorios ancestrales, la búsqueda de satisfacción de sus derechos fundamentales como víctimas del conflicto armado, la afirmación de su autonomía y la decisión de permanecer en sus territorios como condición esencial para garantizar su pervivencia, el incumplimiento flagrante a los Acuerdos de Paz, la inminente reactivación de las fumigaciones aéreas con el glifosato, la imposición de modelos de desarrollo contrarias al Buen Vivir, el desconocimiento de la libre determinación y consulta y consentimiento previa, libre e informada, son algunos de los ejes centrales en la agenda del Movimiento Indígena cuyos incumplimientos son motivos suficientes para sumarse al Paro Nacional.

Adicionalmente, las Guardias Indígenas, sinónimos de resistencia, de paz, de lucha colectiva, de protección real y efectiva a los comuneros y los territorios, han salido a rodear las primeras líneas de las movilizaciones populares en las ciudades que están compuestas mayoritariamente por jóvenes que, sin oportunidades de empleo ni educación, hijos de una generación que afrontó las consecuencias del desplazamiento forzado y el engrosamiento de los cordones de miseria en las urbes, reclaman con furia al Estado la construcción de un país más justo mientras la Policía les dispara a mansalva.

Es importante considerar que los sistemas propios de guardianía son estrategias autónomas de resistencia para el monitoreo y control de los territorios étnicos (formalizados o no), y son una manifestación del pluralismo jurídico, del derecho propio, de la libre determinación para el apoyo y respaldo de las autoridades tradicionales, políticas y espirituales de cada Pueblo Indígena. Son cuerpos civiles, pacíficos, con una función principal de cuidado y defensa de la vida y la cultura, que hoy se trasladan hacia las ciudades por mandato Asambleario y acogida del movimiento social para visibilizar el recrudecimiento de la guerra en los territorios, el incremento de condiciones de desigualdad, y las afectaciones socio ambientales y de vulneración sistemática de sus derechos humanos y colectivos.

Pese a la existencia de las herramientas normativas nacionales e internacionales para regular el uso de la fuerza del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) y de la Policía en los escenarios de protesta, se han presentado graves violaciones de derechos humanos en las jornadas de movilización del Paro nacional. Con corte al 15 de mayo, el país tiene un saldo de graves violaciones de derechos humanos que según la Campaña Defender la Libertad, deja 49 personas asesinadas en manos de presuntos actores estatales y/o  “civiles” sin identificar y una joven menor de edad quien decidió acabar con su vida luego de las agresiones sexuales ejercidas por la fuerza pública; 578 heridos en enfrentamientos de la Policía Nacional y el ESMAD-, 37 personas con pérdida ocular, 87 víctimas de violencias basadas en género, 1460 detenciones, con algunas denuncias de tortura y sometimiento de tratos crueles, inhumanos y degradantes; 12 allanamientos de los cuales 8 han sido declarados ilegales, incluyendo capturas a defensores de ddhh; y un registro de 379 personas desaparecidas. Esta última cifra se encuentra en proceso de verificación y actualización. Todos estos hechos se mantienen a pesar de la creciente condena nacional e internacional sobre la respuesta militarizada y represión policial de manifestaciones.

A la indignación popular por la respuesta de abusos, militarización, y muerte, se suma que, desde el comienzo de la pandemia en 2020, con pañuelos rojos amarrados en las ventanas, familias empobrecidas en todo el territorio nacional pedían que se decretara renta básica urgente para hacer sostenible el encierro. En medio de tanta precarización, con un 42.5% del país en los límites de pobreza -de los cuales el 15.1% se encuentra en pobreza extrema-, sin garantías de educación, con universidades públicas desfinanciadas, y unas brechas de desigualdad entre el campo y la ciudad en niveles alarmantes producto, entre otras cosas, del conflicto armado interno que lleva 60 años poniendo más de 7 millones de víctimas sin reparación ni consideración alguna, las personas perdieron tanto, que se quedaron sin miedo. Las pancartas del día 28 de abril, fecha en la que comenzó el Paro Nacional, señalaban que más que al COVID las personas temían a un Gobierno de Derecha criminal, el cual estaba intentando promover con unánime respaldo del Congreso de la República una reforma tributaria para entre otros, gravar elementos de la canasta básica familiar, pensiones de vejez, y financiar con impuestos a la clase media un déficit fiscal que detonó el descontento social, teniendo en cuenta que con el salario de un congresista (valorado en $34’417.000 COP), se pagan 48 salarios mínimos mensuales vigentes.

Aún con la renuncia del Ministro de Hacienda al sexto día de las movilizaciones el Paro continua como un estallido social, producto del rechazo absoluto a la represión exagerada de las manifestaciones, abusos de la fuerza pública y brutalidad policial, el curso de una reforma a la salud que privatiza aún más este derecho en medio de una pandemia, a las exigencias de educación universal, gratuita y de calidad, y al respeto mínimo por la vida, la dignidad y los territorios.

Desde nuestra organización expresamos preocupación por el hecho de que autoridades del gobierno nacional hayan declarado públicamente que las manifestaciones tienen fines “terroristas” y que, por esta razón, se justifique el uso excesivo de la fuerza contra la población. Además, las declaraciones de autoridades locales llamando a civiles a levantarse con el animo de justificar la utilización de estrategias paramilitares contra los marchantes. Esto no solamente es violatorio de los estándares de derechos humanos, sino es una afrenta a todas las víctimas de grupos paramilitares en un país que tiene el conflicto armado interno más largo del continente.  El discurso de odio ha sido especialmente promovido por funcionarios de alto nivel como el Ministro de Defensa, Diego Molano; alcaldes, como el de Pereira, Carlos Maya; e influyentes figuras públicas como Álvaro Uribe Vélez, ex presidente que hoy regenta el partido de Gobierno; quienes realizado declaraciones con las que buscan, de manera intencionada, consciente y voluntaria, proyectar una imagen parcializada de las manifestaciones, incendian con apología al genocidio las manifestaciones ciudadanas. Con ello, se ha pretendido alentar, tanto a los miembros de la fuerza pública como a ciudadanos, a que actúen contra las personas que se manifiestan, lo que ha traído como consecuencia un alarmante incremento en el uso de la violencia institucional, ejercida directamente por agentes de la fuerza pública uniformados o encubiertos y mediante la actuación de particulares que han contado con la complicidad o aquiescencia del Estado.

Las actuaciones arbitrarias, violentas y desproporcionadas del ESMAD y las Fuerzas Militares, contrarias a protocolos, normas y estándares internacionales de derechos humanos sobre el accionar de la fuerza pública en contextos de protesta social pacífica responden a un escenario de miedo, confrontación y promoción de discursos de discriminación y odio que pretende imponer una concepción de seguridad fundamentada en el miedo generalizado de ciertos sectores privilegiados de la población y que justifica el tratamiento represivo de la protesta.

La preocupación por los hechos violentos que se han desencadenado producto de dichas declaraciones ha sido denunciada públicamente por diversas organizaciones de derechos humanos en Colombia y respaldada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y su Relatoría Especial para la Libertad de Expresión, quien ha expresado “su preocupación ante declaraciones estigmatizantes e intimidatorias por parte de las autoridades estatales, entre las cuales resultan particularmente preocupantes aquellas que califican a los manifestantes y a las víctimas como “terroristas”, “enemigos” o “delincuentes”

Pese a que la movilización social y la protesta pacífica es un derecho político que, como pilar de un sistema democrático, se había contemplado explícitamente como parte fundamental de los Acuerdos de Paz, desde el 28 de abril esta garantía ha sido absolutamente incumplida por parte del Gobierno de Colombia que, con la brutal represión armada, persecuciones judiciales, bloqueos para su desarrollo y desconocimiento de las exigencias estructurales de la sociedad civil, ha alimentado el malestar popular acrecentando la situación crítica en materia de derechos humanos, que ya está en la mira de la comunidad internacional, con pronunciamientos específicos por parte de la CIDH, la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y más de 650 Organizaciones de la Sociedad Civil de todo el mundo. 

En los últimos días, el sur del país ha sido protagonista tanto de la barbarie como de la esperanza. Ciudades como Cali, Popayán, Yumbo y Bogotá han sido epicentro de los ataques contra las movilizaciones pacíficas, las cuales habrían estado acompañadas por la Minga  Indígena y la Guardia Indígena del Consejo Regional Indígena del Cauca – CRIC, quienes documentan continuamente por redes sociales y prensa alternativa ataques armados en su contra, saboteo por parte de la Fuerza Pública e interceptación violenta por parte de terceros armados, logrando incluso la captura, desarme y entrega al Estado de miembros de la Policía Nacional infiltrados en las marchas.

En el Departamento del Putumayo, el Resguardo Buenavista del Pueblo Siona, comunidad transfronteriza cuyo territorio se encuentra en la rivera del río Putumayo entre Colombia y Ecuador, ha movilizado su guardia indígena para participar, de manera pacífica junto con sus autoridades tradicionales y políticas en el Paro Nacional en el municipio de Puerto Asís y exigir el respeto por la Amazonía, denunciar las afectaciones que siguen sin remediación producto de las fumigaciones con glifosato, el riesgo que supone la reanudación de una guerra química en contra de la población civil, el inminente exterminio físico y cultural en el que se encuentran, la presión por el desarrollo de la actividad petrolera en la región y la falta de avance de los procesos de restitución y formalización territorial.

Con dignidad, fuerza y valentía, hombres y mujeres de los pueblos indígenas, del sector obrero, jóvenes, estudiantes y campesinos salen a exigir su derecho a la protesta pacífica y a tratar de construir, por las vías de hecho, un país que continúa resistiendo a la violencia armada y al paramilitarismo. Como cantan en las calles, ¡El pueblo no se rinde carajo! Y menos si la ciudadanía se cansó de permitir la opresión y la injusticia. Que la sabiduría milenaria de los pueblos originales permita encontrar caminos de diálogo para la transformación, se frene de manera inmediata las graves violaciones de los derechos humanos y se acompañe por parte de organismos multilaterales, a través de misiones especiales de verificación internacional en Colombia, los hechos recientes que han impulsado la movilización.

Escrito por:

Maria Espinosa & Laura Rojas Escobar

Abogadas del Equipo Legal de Amazon Frontlines


Protegiendo territorios y culturas indígenas de la Amazonía en tiempos de pandemia

A principios de abril de 2021, un año después de que la pandemia por Covid azotara a América del Sur -colapsando los sistemas de salud occidentales- y se extendiera incluso hasta las comunidades indígenas más remotas de la Amazonía, nuestros equipos tuvieron una serie de reuniones en nuestro centro de organización conjunta en el norte de la Amazonía ecuatoriana para reflexionar sobre los aprendizajes y experiencias claves del año pasado, y para discutir cómo proteger de manera más efectiva y segura los territorios y culturas indígenas de la crisis, cada vez más profunda e interrelacionada, que enfrentamos: Emergencia climática, pérdida de biodiversidad, intensificación del extractivismo y una inminente segunda de Covid, con picos variables que llegan diariamente desde las ciudades fronterizas por río, carretera y avión.

La realidad para las comunidades indígenas en la Amazonía, como en otras partes del mundo, es que la pandemia ha agudizado las desigualdades, ha expuesto el racismo sistémico e intensificado las presiones extractivas sobre sus territorios y culturas.

En toda la región, los gobiernos han abandonado a los pueblos indígenas en su lucha contra el Covid-19: el acceso a la información de salud pública, las pruebas y los suministros médicos han sido limitados, y la perspectiva de vacunas para las comunidades indígenas está muy lejos.

En Ecuador, los derrames masivos de petróleo, el aumento de la minería y el auge de la tala ilegal, han agravado la terrible situación. En Colombia, el conflicto armado por el tráfico ilícito de coca ha aumentado los riesgos para los defensores de las tierras indígenas. Y en Brasil, el escalofriante desprecio del gobierno de Bolsonaro por la naturaleza y los derechos de los pueblos indígenas está alimentando la deforestación y aumentando las tasas de mortalidad por Covid.

Líderes waorani se preparan para una rueda de prensa virtual para informar sobre la emergencia COVID-19 en su territorio, Shell, Pastaza, Amazonía ecuatoriana

Organización comunitaria en primera línea

Pero también hay otra realidad menos conocida. A pesar de las múltiples amenazas (el agua contaminada, la marginación, los incendios provocados), los pueblos indígenas de la Amazonía continúan organizando e innovando estrategias para su propia supervivencia física y cultural, y para la protección de casi la mitad del bosque primario que aún queda en la Amazonía.

Estos son solo algunos ejemplos: Asediado por una ola implacable de Covid-19 el año pasado, el pueblo siekopai creó un remedio ancestral, una mezcla de raíces, cortezas, flores y hojas de su tierra ancestral, que se utilizó para fortalecer el sistema inmunológico y tratar los síntomas de Covid-19 en las comunidades indígenas de la Amazonía y los Andes.

El pueblo waorani desafió el racismo del gobierno ecuatoriano y la terrible mala gestión de su respuesta a la pandemia, y sentó un precedente legal y político sobre cómo los gobiernos deben priorizar la atención a los pueblos indígenas durante la pandemia.

La Alianza Ceibo aprovechó relaciones comunitarias profundas y basadas en la confianza, así como los años de experiencia en la gestión de la logística compleja de la selva tropical, para desplegar recursos y suministros médicos, construir infraestructura de comunicaciones y gestionar emergencias de salud pública en millones de hectáreas de territorios indígenas en Ecuador, Colombia y Perú.

Y en toda la Amazonía, los líderes, las comunidades y las instituciones indígenas han estado formando patrullas terrestres y guardias indígenas para monitorear el aumento de las amenazas extractivas y restringir el acceso a sus territorios.

Mientras trabajamos para apoyar a los pueblos indígenas a que enfrenten una nueva ola de medidas hostiles de recuperación económica y la intensificación de las amenazas extractivas en toda la región, nos conmueve e inspira el hecho de que las comunidades de primera línea que demostraron ser más resilientes frente al Covid-19 también fueron los menos afectados por la economía extractiva.

Si bien la distancia geográfica para las comunidades que viven en bosques primarios sin caminos planteó dificultades para su acceso a pruebas y suministros médicos occidentales, estas tuvieron un acceso sólido a recursos de caza y pesca intactos, así como a plantas medicinales tradicionales. Al final, vieron tasas de mortalidad más bajas y menos traumas relacionados con el Covid que aquellas comunidades indígenas que viven en territorios fragmentados e impactados por la industria extractiva.

Al igual que muchas nacionalidades indígenas en la Amazonía ecuatoriana, el pueblo waorani recurrió a su medicina ancestral y sus conocimientos de la selva para combatir el COVID-19.

En Amazon Frontlines y Alianza Ceibo, estamos trabajando para lograr un cambio transformador y sistémico, inspirados por algunos de los profundos aprendizajes y reflexiones que los pueblos indígenas han compartido con nosotros durante el transcurso de la pandemia: En un momento de emergencia global, cuando los gobiernos occidentales y las instituciones de salud flaqueaban, los pueblos indígenas encontraron la clave para sobrevivir en el conocimiento de sus mayores, en el agua, en los alimentos, en las medicinas que proporciona su territorio de selva tropical, y en la sabiduría de la naturaleza misma.

Mientras nos preparamos para una segunda ola, posiblemente más intensa, de Covid-19 aquí en el Alto Amazonas, trabajaremos en estrecha colaboración con líderes, comunidades y organizaciones indígenas para aprovechar estrategias legales, nuevas tecnologías y campañas de comunicación para defender sus territorios contra la intensificación de amenazas extractivas. También invertiremos en un conjunto de estrategias, forjadas con líderes indígenas en medio de la pandemia, para fortalecer su cultura y resiliencia, incluyendo el lanzamiento de iniciativas de soberanía alimentaria, una escuela de liderazgo y emprendimiento de mujeres, y un laboratorio de comunicación para jóvenes.

Para mantenernos seguros mientras continuamos desarrollando estas ambiciosas iniciativas, hemos elaborado un documento de protocolos internos que estamos utilizando para guiar la toma de decisiones de nuestros equipos a través del terreno impredecible e incierto de los brotes de Covid. Hacemos público dicho documento, en caso de que sea útil para otras organizaciones de primera línea que buscan un enfoque flexible para navegar el riesgo en tiempos de crisis.

Los pueblos indígenas en la línea del frente necesitan recursos para escalar su lucha para proteger sus territorios y su forma de vida, y para mantenerse seguros mientras nos preparamos para una segunda ola de COVID-19 en la Amazonía. Junto con la Alianza Ceibo, hemos lanzado el Desafío de Primera Linea para movilizar recursos directamente a la acción de los pueblos indígenas para defender la Amazonía. Considere hacer una donación para apoyar este trabajo urgente en un momento crítico, o conviértase en un sustentador mensual para ayudarnos a mantener la lucha a largo plazo.


Protecting Indigenous Lands & Cultures In The Amazon In Times of Pandemic

In early April of 2021 – a full year after the covid pandemic struck South America, collapsing western health systems, and sweeping through even the most remote Indigenous communities of the Amazon – our teams held a series of meetings at our joint organizing center in Ecuador’s northern Amazon to reflect on key learnings and experiences over the past year, and to discuss how to most effectively, and safely, protect Indigenous territories and cultures from the deepening, inter-linked crisis that we are facing: climate chaos, biodiversity loss, intensified resource-extraction, and an imminent, variant-spiked second-wave of Covid arriving daily by river, road, and plane to frontier towns across the upper Amazon

The reality for Indigenous communities in the Amazon, not unlike elsewhere in the world, is that the pandemic has sharpened inequalities, exposed systemic racism, and intensified extractive pressures over their territories and cultures.  Across the region, governments have largely abandoned Indigenous peoples to contend with Covid-19 on their own – access to public health information, testing and medical supplies have been limited at best, and the prospect of vaccinations for Indigenous communities is a long way off.  In Ecuador, massive oil spills, ramped-up mining, and an illegal logging boom have compounded the dire situation.  In Colombia, armed conflict over the illicit coca trade is heightening risks to Indigenous land defenders.  And in Brazil, the Bolsonaro government’s chilling contempt for nature and the rights of Indigenous people is fueling deforestation and escalating covid mortality rates.

Community-Organizing on the Frontlines

But there is another, less-storied, reality, as well.  Despite the manifold threats – the contaminated water, the marginalization, the arson fires –  Indigenous peoples across the Amazon continue to organize and innovate strategies for their own physical and cultural survival, and for the protection of nearly half the primary forest remaining in the Amazon.

Here are just a few examples:  Besieged by an unrelenting wave of Covid-19 last year, the Secoya people created an ancestral remedy – a concoction of roots, barks, flowers, and leaves from their ancestral land – that was deployed to fortify immune systems and treat Covid-19 symptoms across Indigenous communities in the Amazon and the Andes.  (Photo)  The Waorani people challenged the Ecuadorian government’s racism and dire mismanagement of their Covid response, and set a legal and political precedent on how governments should prioritize attention to Indigenous peoples during the pandemic.  Ceibo Alliance leveraged deep, trust-based community relationships and years of experience managing complex rainforest logistics to deploy resources and medical supplies, build communications infrastructure, and manage public health emergencies across millions of acres of indigenous territory in Ecuador, Colombia and Peru.  And across the Amazon, Indigenous leaders, communities and institutions have been creating land-patrols and Indigenous guardias to monitor increased extractive threats and  restrict access to their territories.

While we work to support Indigenous peoples in confronting a new wave of hostile economic recovery measures and intensifying extractive threats across the region, we are moved and inspired by the fact that the frontline communities that proved most resilient in the face of Covid-19 were also those least impacted by the extractive economy. While the geographical distance for communities living in roadless primary forests posed difficulties for their access to testing and western medical supplies, these communities had robust access to intact hunting and fishing resources and traditional plant medicines throughout the pandemic and ultimately saw lower mortality rates and less covid-related trauma than Indigenous communities living in fragmented territories impacted by the extractive industry.

At Amazon Frontlines and the Ceibo Alliance we are working towards transformative and systemic change, and so we are inspired immensely by some of the profound learnings and reflections that Indigenous peoples have shared with us over the course of the pandemic. At a time of global emergency, as western governments and health institutions faltered, Indigenous peoples found the key to survival in the knowledge of their own elders, in the water, food and medicines that their rainforest territory provides, and in the wisdom of nature herself.

As we brace for a second, and possibly more intense wave of Covid-19 here in the Upper Amazon, we will be working closely with Indigenous leaders, communities and organizations to leverage legal strategies, new technologies and communications campaigns to defend their territories against intensifying extractive threats. We will also be investing in a set of strategies – forged with Indigenous leaders in the midst of the pandemic – to strengthen Indigenous culture and resilience, including the launch of food sovereignty initiatives, a women’s leadership & entrepreneurial school, and a youth storytelling laboratory.

In order to stay safe while we continue to build out these ambitious initiatives, we have produced an internal protocols document that we are using to guide our teams’ decision-making through the unpredictable and uncertain terrain of covid outbreaks. We include the document publicly here in case it is helpful for other frontline organizations seeking a flexible approach to navigating risk in times of crisis.

Indigenous peoples on the frontlines need resources to scale their fight to protect their territories and way of life, and to stay safe as we brace for a second wave of COVID-19 in the Upper Amazon. Alongside Ceibo Alliance we have launched the Frontlines Challenge to mobilize resources directly to Indigenous frontlines action to defend the Amazon. Please consider making a gift to support this urgent work in a critical moment, or become a monthly sustainer to help us keep up the fight for the long term. 


Un año del derrame en la Amazonia ecuatoriana

Hoy se conmemora un trágico aniversario en la Amazonía ecuatoriana. Un año atrás, el 7 de abril, en el pico de la pandemia de COVID-19, un masivo derrame de petróleo golpeó a los territorios indígenas a lo largo de los ríos Napo y Coca, en la biodiversidad de la región de las cabeceras de la Amazonía ecuatoriana. Trescientos sesenta y cinco días han transcurrido, y aún 27,000 personas del pueblo Kichwa siguen sin acceso de comida y agua fresca, con riesgo de nuevas rupturas en los oleoductos. Para resaltar este penoso aniversario, cientos de indígenas están movilizándose hacia la ciudad amazónica del Coca para presionar a la justicia y obtener una reparación ambiental respecto del peor desastre petrolero en el Ecuador en los últimos quince años.

Los intereses económicos industriales continúan ocultando las voces, derechos y reclamos del pueblo indígena Kichwa afectado, cuyos ríos son su modo de subsistencia. Hace menos de dos semanas, la Corte Provincial de Orellana en Ecuador, rechazó el recurso de apelación de la sentencia en primera instancia de la demanda presentada por 105 comunidades indígenas, organizaciones indígenas y organizaciones de derechos humanos, entre las que se encuentra Amazon Frontlines, en contra del estado ecuatoriano y las empresas petroleras responsables del derrame de petróleo. Al negar la justicia (nuevamente) al pueblo Kichwa, las cortes ecuatorianas están fallando a las poblaciones que han jurado proteger, actuando en beneficio del interés de la industria de los combustibles fósiles. Esta decisión contraviene la innovadora Constitución del país al ser incapaz de salvaguardar los Derechos de la Naturaleza, y socava las obligaciones gubernamentales de garantizar los derechos colectivos de los Pueblos Indígenas.

“El juez puso los intereses petroleros sobre nuestros derechos. Demandamos justicia. Nuestras familias todavía sufren del desastroso impacto de este derrame, y todavía no tenemos agua fresca y comida. Nuestras comunidades están unidas para defender nuestros ríos para las futuras generaciones.”

Veronica Grefa, Líder Kichwa 

El caso Kichwa revela una vez más la influencia de la industria petrolera sobre la rama judicial del Ecuador y su complicidad en la impunidad de las corporaciones, señala violaciones de los derechos de los Pueblos Indígenas, y racismo sistémico. A pesar de la abrumadora evidencia presentada por los demandantes indígenas, expertos y abogados, y una clara negligencia del gobierno y las compañías petroleras para responder adecuadamente, la sentencia de Corte Provincial de Orellana se alineó con los intereses políticos y económicos y abandonó a los Kichwa, dejándolos en un gran riesgo permanente.

“Nuestros ríos están contaminados, nuestros niños están enfermos, nuestras huertas están arruinadas, los peces han desparecido. Ni el Estado ni las compañías han cumplido con sus obligaciones. No hay justicia para los Pueblos Indígenas. Vamos a contraatacar. "

Carlos Jipa, Federación de Comunas Unión de Nativos de la Amazonía Ecuatoriana, FCUNA

Aún más, el mismo juez que falló en contra de la demanda de los pueblos Kichwa recientemente presentó una demanda penal en contra de los demandantes y los defensores de derechos humanos que manejaron el caso. Hoy, el líder kichwa Carlos Jipa y la abogada de Amazon Frontlines María Espinosa, entre otros, serán obligados a testificar en la Corte Provincial de Orellana sobre la base de acusaciones sin fundamento de instigar a la “inestabilidad social” a través de la organización de marchas, movilizaciones y presencia en los medios sociales de comunicación demandando justicia para los Kichwa. El peligroso mal uso del sistema judicial del juez Jaime Oña ha perseguido y criminalizado tanto a las víctimas como a los defensores de derechos humanos y envía el estremecedor mensaje de que las cortes ecuatorianas no son un lugar seguro para buscar justicia. Grupos indígenas, organizaciones de la sociedad civil, y la Alianza por los Derechos Humanos de Ecuador denunciaron las acusaciones criminales del juez Oña, y se comprometieron a apoyar en la lucha contra los defensores de los derechos humanos y del medio ambiente.

La injusticia en el caso de los Kichwa lamentablemente no es una anomalía en el país. El derrame del 7 de abril de 2020 se inscribe dentro de un doloroso legado de más medio siglo de contaminación petrolera y violencia en contra de los Pueblos Indígenas, que se extiende hasta el descubrimiento de petróleo en la región norte de la Amazonía ecuatoriana en los años sesenta. Pero este derrame golpeó en medio de la pandemia por COVID-19, lo que intensificó terriblemente las amenazas a la supervivencia de las comunidades indígenas.

Hay numerosos casos legales presentados por los pueblos indígenas de la Amazonía contra los abusos de la industria petrolera, que siguen en curso en Ecuador. Entre ellos se encuentra una batalla legal de 25 años contra el gigante petrolero Chevron-Texaco y la demanda del pueblo Waorani contra las empresas petroleras responsables del derrame en el río Shiripuno en noviembre de 2020. Aunque la justicia tarda en llegar en muchos casos, el movimiento indígena de Ecuador ha dado grandes pasos para promover los derechos de los indígenas en el país en los últimos años y ha conseguido varias victorias legales sin precedentes en contra de los intereses de la industria. Desde la victoria del pueblo Waorani contra las grandes petroleras, pasando por la victoria de los Kofán de Sinangoe contra la minería del oro, hasta la más reciente sentencia histórica contra la práctica de la industria petrolera de quemar gas. Son una serie de victorias que atestiguan la resistencia y el poder de los pueblos indígenas para proteger la Amazonía y nuestro clima del colapso.

Las comunidades Kichwa afectadas por el derrame de petróleo se mantienen unidas y decididas a luchar. En las siguientes semanas, cuando los ecuatorianos regresan a las urnas para escoger su nuevo Presidente, el pueblo Kichwa llevará su caso a la Corte Constitucional y escalará su demanda de justicia. Muchos pueblos indígenas temen que los dos candidatos presidenciales aumenten sus esfuerzos para reactivar la economía ecuatoriana, que está muy endeudada, mediante la expansión de proyectos de extracción petrolera y minera, en los territorios indígenas de la Amazonía.

 

Como gran parte del mundo, Ecuador se encuentra ante una disyuntiva moral y ecológica en el camino. ¿Los dirigentes del país se reafirmarán en la destrucción y el atropello de los derechos de los indígenas, o iniciarán una nueva era de justicia aplicando la Constitución y adoptando una conservación liderada por indígenas de su recurso más preciado, la Selva Amazónica?

Ayúdanos a transmitir el mensaje y comparte nuestra historia con tus amigos y familia. Solidaricémonos con el pueblo Kichwa, #SOSDerrameAmazonia!


1-Year Anniversary Oil Spill in Ecuador's Amazon

Today marks a tragic anniversary in the Ecuadorian Amazon. One year ago on April 7, at the peak of the pandemic, a massive oil spill struck Indigenous territories along the Napo and Coca rivers in the biodiverse headwaters region of Ecuador’s Amazon. Three hundred and sixty-five days have passed, but 27,000 Kichwa people remain without access to safe water and food and at risk of new pipeline ruptures. To mark this inauspicious anniversary, hundreds of Indigenous peoples are mobilizing in the Amazonian city of Coca to press for justice and reparations for Ecuador’s worst oil disaster in the last fifteen years.

Industrial economic interests continue to obscure the voices, rights and demands of the affected Kichwa people, whose rivers are their lifeline. Less than two weeks ago, the Provincial Court of Orellana in Ecuador rejected Indigenous people’s appeal in a lawsuit brought forward by 105 communities, Indigenous organizations and human rights organizations, including Amazon Frontlines, against the Ecuadorian State and oil companies responsible for the oil spill. By denying justice to the Kichwa (again), Ecuador’s courts are failing the populations they are sworn to protect, acting instead in the interest of the fossil fuel industry. This decision tarnishes the country’s groundbreaking Constitution by failing to uphold the Rights of Nature and undermines its commitments to Indigenous peoples’ collective rights.

“The judge placed oil interests above our rights. We demand justice. Our families still suffer from the disastrous impacts of this spill, and we still don’t have clean water and food. Our communities are united to defend our rivers for future generations.”

Veronica Grefa, Kichwa leader

The Kichwa’s case once again reveals the oil industry’s hold on Ecuador’s judicial branch and its complicity in corporate impunity, state violations of Indigenous people’s rights, and systemic racism. Despite overwhelming evidence of rights violations submitted by Indigenous plaintiffs, experts and lawyers, and a clear failure to adequately respond by the government and oil companies, the Provincial Court of Orellana’s ruling sided with political and economic interests and abandoned the Kichwa, leaving them at grave ongoing risk.

“Our rivers are polluted, our children are sick, our food gardens are ruined, the fish have disappeared. The State and companies have not complied with their obligations. There is no justice for Indigenous people. We will fight back.”

Carlos Jipa, president of the Kichwa Indigenous federation, FCUNAE

Outrageously, the same judge who ruled against the Kichwa peoples’ lawsuit recently filed a criminal complaint against the plaintiffs and human rights defenders who brought the case. Today, Kichwa leader Carlos Jipa and Amazon Frontlines lawyer Maria Espinosa, among others, will be forced to testify in the Provincial Court of Orellana against baseless accusations of instigating “social unrest” through the organization of marches, mobilizations and advocacy on social media to demand justice for the Kichwa. Judge Jaime Oña’s dangerous misuse of the justice system to persecute and criminalize both victims and human rights defenders sends a chilling message across the globe that Ecuador’s courts are not a safe place to seek justice. Indigenous groups, civil society organizations and Ecuador’s Human Rights Alliance denounced Judge Oña’s criminal allegations, and vowed to support the fight against criminalization of human and environmental rights defenders.

The injustice of the Kichwa’s case is sadly not an anomaly in the country. The April 7,,2020 oil spill sits within a painful legacy of over half a century of oil contamination and violence against Indigenous peoples, dating back to the discovery of oil in Ecuador’s northern Amazon region in the 1960s. But this oil spill struck in the middle of the pandemic, greatly intensifying the threat to Indigenous communities’ survival.

There are numerous legal cases filed by Amazonian Indigenous peoples against oil industry abuses still underway in Ecuador. Among them are a 25-year legal battle against oil giant Chevron-Texaco and the Waorani peoples’ lawsuit against oil companies responsible for a spill on the Shiripuno river in November 2020. Although justice lags in many cases, Ecuador’s Indigenous movement has made huge strides to advance Indigenous rights in the country in recent years and won several unprecedented legal victories against industry interests. From the Waorani people’s victory against big oil to the Kofan of Sinangoe’s victory against gold mining to the more recent landmark ruling against the oil industry’s practice of gas flaring, a string of victories testify to Indigenous peoples’ resilience and power to protect the Amazon and our climate from collapse.

Kichwa communities affected by the spill remain united and determined to fight back. In the coming weeks, as Ecuadorians return to the polls to choose their new President, the Kichwa will take their case to the Constitutional Court and escalate their demands for justice. Many Indigenous peoples fear that the two leading Presidential candidates are set to ramp up efforts to revive Ecuador’s debt ridden economy by expanding oil and mining extraction projects in Indigenous territories in the Amazon.

Like much of the world, Ecuador is at a moral and ecological fork in the road. Will the country’s leaders double down on destruction and the trampling of Indigenous rights, or will they usher in a new era of justice by enforcing the Constitution and embracing Indigenous-led conservation of its most precious resource, the Amazon rainforest?

Help spread the word today by sharing this story with your friends and family. Let’s all stand in solidarity with the Kichwa as they demand #JusticeForTheAmazon!